domingo, 13 de enero de 2008

Aprendiz de lírica (III)

Despierto, el silencio. Los latidos de mi corazón recuerdan los ritmos de la pasada noche. Intentan animar a mi desvencijado cuerpo roto después de lo acaecido. Sombras se arremolinan a mi alrededor, se llevan mis sueños como el sol se lleva el rocío de la mañana. La cobija me aprisiona el pecho, intento zafarme de ella pero no puedo. Quizá sea que no quiero. No quiero levantarme del lecho, volver a dormir y despertar de verdad. Morfeo debe de jugar conmigo, estará aburrido y se dedica a molestar a este humilde mortal.

Dormido, la calma. Risas de infantes inundan la estancia, símbolo de vida y de proceso vital. Siento el tacto de una tierna caricia que se desliza por mi mejilla. La cama se mece ante los saltos de los pequeños espíritus libres. Dos resplandores de noble metal chocan en el aire, recuerdo de nocturno festival. Cuando se fundieron en uno sólo, cuando el tiempo se detuvo, cuando se desbordó el cáliz de la pasión. Ulises y Penélope juntos en Itaca.


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