viernes, 21 de diciembre de 2007

Capítulo 2


Mañana fría en la noble villa de Liérganes, un trovador campurriano intenta calmar los lamentos de su maltrecha panza, entonando el siguiente cantar. A sabiendas que la misma, de los nobles complaciente será:

Pues si quieren saber, vuestras mercedes, les cuento lo que ese día sucedió. Y tras oír esta historia, juzguen ustedes buenos señores, si los hechos que acaecieron fueron o no de una gran cobardía y villanía. Por mi parte no hay ninguna duda. Yo supongo que por la vuestra, y tras oír lo que queréis oír, tampoco.

Presten atención que comienzo.

Supongo que conocerán a los señores don Jesús y don Emilio Gómez, naturales del solar cercano a Orejo. Personajes de buena lealtad y gran reconocimiento son sin duda. Sus escudos muestran su reputada hidalguía que a cualquier hombre de bien que pregunten por esos blasones, los reconocerán no sin antes deciros alabanzas de ellos.

Bajaban estos dos caballeros por la cuesta de atarazanas en una tarde calurosa, solos y hablando de negocios que a nosotros no nos incumben para esta historia. No se dieron cuenta de que dos sombras estaban vigilándolos.

Como ratas que salen de un callejón, aparecieron dos figuras tras nuestros personajes.

-¡Esperad señores! –Dijo uno de ellos

Don Jesús volvió la vista y allí estaban esos mezquinos.

Dos hombres de mal facer y mal nacer. Algo borrachos, fruto de fiestas en tascas de mal agüero, los dos, encorvados, se ayudaban entre sí para no caer.

Uno era Don José de Elechas, personaje vil donde los haya, que sin duda habréis oído hablar de él por sus jaleos y traiciones, todas ciertas sin duda.

El otro era un tal Don Felipe de la villa de Riva, sita junto Arredondo y de muy mala fama por ser refugio de bandoleros y asaltantes. Oscuro hombre de muchas bravuconadas, Don Felipe mostraba un gran tajo en su rostro, recuerdo de un lance pasado.

Conociendo la despreciable reputación de esos hombres, nuestros caballeros mostraron precaución y deseaban no mezclarse con personajes de semejante calaña.

-¡Qué desean vuestras mercedes!- Contestó Don Jesús

-¡¿No nos recuerda usted?!- Dijo Don José.

-Sí que les recuerdo. ¿Cómo tan pronto ustedes por estas calles? ¿No debían estar aún entre rejas?

Sus rostro mostraban una incontenida rabia e ira al oír estas palabras.

-¡Por su culpa nos encarcelaron! ¡Pero hemos venido a ajustar cuentas! - Dijo el del tajo

-¡El robo es un delito castigado y más si lo robado es para la beneficencia! - Dijo Don Emilio.

-¡Desenvainen! -Dijo el de Elechas.

Y al tiempo, los dos sacaron sus espadas y con la mano izquierda mostraron dos vizcaínas que ocultaban en el cinto.

Viendo que el duelo era inevitable, don Jesús y Don Emilio mostraron sus filos.

Sabed que estos dos caballeros bien saben del noble arte de la esgrima, más siempre evitan estas confrontaciones. Y no por temerosidad, sino por razones de formas.

Bajaron corriendo esas alimañas la cuesta hasta donde estaban nuestros hombres. No sin alboroto y gritos poco entendibles por su estado.

Cuatro toques de las toledanas bastaron para ponerlos en serios apuros. Al de Riva otro mandoble le hizo retroceder al ver como, junto al tajo de su cara, Don Jesús le hacía otro en la barbilla. El susto le llevó a soltar su puñal, que cayó escaleras abajo sin posibilidad de recogida por un hombre asustado y que no se tenía en pié.

A José de Elechas, tampoco le iba mejor. Don Emilio le mantenía a raya a pesar de que el primero daba lances a diestro y siniestro sin saber lo que hacía y esperando que Dios le salvase con un milagro de aquel trance.

En un santiamén el de Elechas, en su retroceso, tropezó con su rajada capa cayendo de bruces en las piedras. Y sin saber cómo, tenía ya el filo de Don Emilio en su pescuezo. Su cara estaba llena de sudor y con unos ojos salidos.

Se vieron en tan mala situación pero, como toda alimaña, también vieron su suerte.

-¡La guardia, viene la guardia! –Se oyó decir.

Estas palabras despistaron a los caballeros e hizo que los dos ruines hombres aprovechasen para pegar un salto y escapar escaleras arriba como perros apaleados por temor a que fuesen detenidos por trifulcas en las calles.

Ahora que conocen mi historia, estarán conmigo que Don José y Don Felipe, con títulos que no se merecen, son hombres de mala vida. Los encontrarán en tascas y burdeles de poca reputación siempre con caldos y mujeres de mal ver. Tengan cuidado con ellos porque sus calenturas siempre vienen por su estado ebrio y mal perder.

¡Avisados quedan!


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