Esta es la historia del duque de El Coterón Don Felipe, ducado este que se remonta a los tiempos de Alfonso X el Sabio, quién por los servicios prestados a su reino otorgó este título nobiliario a la casa de los ancestros de éste que nos ocupa.
Familia respetada por la corona y fiel a la misma fue la artífice de que los mozárabes no penetraran en Cantabria ya que, Manuel Arraiz, comandando un batallón de navarros y castellanos contuvo el avance de los infieles en la sierra de los Tornos, evitando así que llegasen al Cantábrico.
Situado en un paraje sin parangón, el ducado de El Coterón está enclavado en el valle del Asón formando parte del concejo de Ruesga, perteneciente a la corona de Castilla. Lugar rico en pastos y ganados, cuevas y veredas y que corona la majestuosa Peña Rocías.
Concejo de gentes humildes, que dedican su esfuerzo y su sudor al noble arte de la agricultura. Cuya vida transcurre entre cantos y ganados. Y aquí es donde se gestó a nuestro protagonista, quien no esperaba que su vida cambiara con el paso de los años. La vida de un joven que dedicaba su tiempo al estudio de los clásicos, el manejo de las armas, a descansar bajo una cagiga mientras observaba pastar a las cabras y cómo no a romper corazones (dato este no contrastado ya que como buen caballero que se precie tenía mala memoria para con sus amores pasados)
En aquel concejo también residían otras familias de recio abolengo, como eran los marqueses de la Riva y los marqueses de Arredondo. Estos marquesados estaban compuestos por varios pueblos; el de Arredondo comprendía los pueblos de Bustablado, Arredondo y Calseca y el de la Riva Ogarrio, las cuestas, Ancillo y Riva. Familias, con lazos sanguíneos ya que la hija del marqués de la Riva estaba desposada con el hermano del marqués de Arredondo y vivían en una casa solariega del casco antiguo de Ogarrio, perteneciente a la dote. Esta unión tuvo lugar por motivos estratégicos ya que de esta manera se zanjaban los conflictos, que desde antiguo había suscitado el poder en el concejo.
Ambas familias vivían del sudor de los aldeanos que trabajaban las tierras de estos señores, tierras éstas de gran extensión compuestas por frondosos bosques, extensas sierras para el pasto del ganado y grandes mieses para el cultivo.
Además de estas familias, vivía en el concejo el conde de la Vega con su única hija, la bella Rosa, cuya madre falleció al año de nacer ésta. El Condado de la Vega era de gran extensión y cuyos terrenos comprendían todo Matienzo. El conde de la Vega era muy respetado en el concejo por su edad y poder. Dedicado a negocios mercantes era dueño de la Compañía Naviera Terrestre de Castilla.
Este concejo también contaba con terrenos eclesiales, el pueblo de valle, regentado por el cardenal de la virgen de los Milagros, cuyos viñedos eran famosos en toda la región por su buqué y su alta graduación. Cardenal de oscuras costumbres, que acogía bajo su protección a muchachas jóvenes para educarlas en el saber y el deber.
A la muerte de los marqueses llegaron al poder sus respectivos primogénitos. Jóvenes mal criados, déspotas sin escrúpulos que se disputaban el amor de la bella Rosa, la cual, no correspondía a ninguno de ellos ya que estaba enamorada del Marqués de Lara.
El propósito de estos marqueses era ampliar sus dominios y convertirse en los señores del concejo unificando todas las tierras. Viendo ambos que perseguían la misma empresa decidieron aliarse para repartirse después entre ambos el codiciado botín.
Como primera medida, decidieron comprar a la guardia y hacerse con un pequeño ejército, supuestamente para la protección del concejo ante posibles invasores. Esta medida requería fuertes cantidades de plata por lo que aumentaron la renta a los aldeanos que trabajaban sus tierras y cuidaban de sus ganados, llevando a éstos de vivir holgadamente a tener el alma inquieta.
Su primer objetivo fue el Cardenal de la Virgen de los Milagros. Pretendían que a cambio de protección y una cantidad de Maravedíes el clérigo les diera sus tierras en usufructo. El siervo de Dios vio en la alianza la manera de llenar sus ya vacías arcas y sin dudarlo un segundo acepto el trato con la condición de firmarlo en copiosa y opípara comida.
A dicha fiesta estaban invitados todos los nobles del concejo, que acudieron por educación y por ser de menester. Allí estaba Don Felipe en representación del Duque del Coterón que por motivos de salud había enviado a su heredero en su nombre. También se hallaban en dicho banquete el Conde de la Vega acompañado de su bella hija Rosa. Y, como no, los familiares de los Marqueses de la Riva y Arredondo.
El festín, compuesto por viandas de la tierra estaba regado por vinos de la cosecha del cardenal. Famosos en toda la región por su buen buqué como por su alta graduación.
La comida trascurrió como todos los homenajes, las doncellas molestadas por unos nobles ebrios, los juglares hartos de tocar Paquito Chocolatero, en fin como todas. Pero una vez terminado el ritual. Comenzaron las discusiones.
- ¡Vaya manjares más exquisitos!-dijo el Marqués de Arredondo, mientras arrojaba al perro medio brazuelo de cabrito. –Verdad amigo- increpó a Don Felipe.
- Tiene razón vuesa merced, pero creo que sus jornaleros debieran de poder catar lo suyo antes que su perro.-Respondió sin mirarle nuestro intrépido protagonista.
- ¿Qué jornaleros?, yo solo tengo vasallos, que disfrutan de su vida y pueden generar su sustento, no como mi perro.
- Ciertamente, pero si su sustento se lo queda vos.
- ¡Vive Dios que ha dicho bien!-inquirió el Conde de la Vega.
En ese momento, se levantó el Marqués de Arredondo asiendo la empuñadura de su florete.
- Haya paz hijos míos, que hoy es día de júbilo-interrumpió hábilmente el Cardenal.-¡Qué de comienzo el baile!
La música comenzó a sonar y los ánimos de sosegaron parcialmente, mientras las parejas salían a bailar. El Marqués de la Riva se dirigió hacia la bella Rosa a pedirle un baile, que ella gentilmente aceptó. Esto encrespó un poco más al irascible Marqués de Arredondo, que saltó a la pista y pidió el segundo a Rosa.
Estas evoluciones eran seguidas por Don Felipe, que aun rodeado de bellas damas no quitaba ojo a la bella Rosa. No se confundan ustedes, que Don Felipe no sentía amor verdadero por Rosa, más bien era amor filial ya que se habían criado juntos.
El Conde de la Vega se retiró llegada la tarde y junto a él su hija, dejando plantados a los marqueses que enseguida agarraron a dos mozas y las llevaron lejos de allí, lo que sucedió se lo pueden imaginar.
Por su parte Don Felipe, continuó la fiesta junto con el resto de invitados, a excepción del Cardenal que se había retirado también.
Después de este convite, las cosas cambiaron en el concejo, el ducado de El Coterón se convirtió en dispensario y casa de beneficencia; a él acudían los aldeanos por desnutrición, ya que las rentas habían alcanzado cotas estratosféricas que no permitían a las ya pobres gentes vivir.
Suelen decir que las desgracias no vienen solas, a esto hay que añadir la muerte del Conde de la Vega, lo que propició que los hechos se desencadenaran de manera vertiginosa ya que el duque se quedaba como único rival para el maquiavélico plan de los Marqueses.
Éstos subieron a Matienzo, lugar donde moraba el Conde, a consolar a la afligida hija. Pero su intención era otra, pretendían que ésta eligiera entre ellos un esposo, para así conseguir el Condado y repartírselo después.
La bella Rosa, rehusó a tal invitación, al oír esto los marqueses humillados se dispusieron a poseerla. Los gritos de pánico y dolor de la bella resonaron en todo el valle. En ese momento, llegó Don Felipe que de un mandoblazo acabó con el Marqués de la Riva. El Marqués de Arredondo se giró y empuñando su espada le propinó un tajo en la mejilla al duque, este reaccionó y comenzaron a batirse mientras que el Marqués gritaba “a mí la guardia”. El señor de Arredondo viéndose acorralado por el diestro espadachín opto por poner pies en polvorosa sin dejar de gritar su insistente cantinela.
Don Felipe, por su parte, corrió a socorrer a la bella Rosa que se encontraba en el suelo con su vestido hecho jirones.
- ¿Cómo esta Rosita?- preguntó con lágrimas en sus ojos.
- Dolorida, pero, vuestra cara ¡esta sangrando!
- No es nada.- Y cogiéndola en brazos la llevó a sus aposentos.
- Tiene que huir Felipe, para ahora la guardia le estará buscando.¡Váyase!, que yo estaré bien.
- Pero...
- No hay pero que valga, debe irse. La guardia está comprada y su destino sería el garrote. Vaya tranquilo que yo estaré bien. Mañana llegan mis primos de Reinosa. Tenga cuidado por favor, rezaré por vos. Y con tiempo se aclarará todo. Ahora ¡corra!
Don Felipe le dio un beso en la mejilla, sabía que no volvería a verla. Salió corriendo, montó en su caballo y fue a esconderse a monte oscuro, frondoso bosque en al que no accede ni el astro rey.
La guardia con el Marqués de Arredondo a la cabeza llegó a casa de Don Felipe en su busca. Allí comenzaron a destrozarlo todo, prendieron fuego al hórreo e interrogaron duramente al Duque que debido a su delicado estado de salud, no pudo soportar tanta presión y encomendó su alma al altísimo.
Nadie sabía donde estaba. Una semana después de los terribles hechos comenzaron una serie de hurtos. Los carros cargados con comida y enseres que portaban los esbirros del Marqués, eran saqueados por un hombre ataviado con una capa, que nadie era capaz de reconocer.
Lo curioso de estos actos vandálicos, era que el botín aparecía en la plazas de los pueblos a la mañana siguiente, haciendo buen uso de los mismos los pobres labradores.
Estos hurtos proliferaron y los atracados ya no decía que se trataba de un hombre, ahora eran grupos de bandoleros los que asaltaban a todos aquellos que entraban en el concejo.
El rumor de que Ruesga se había convertido en nido de asaltantes y bandoleros corrió como la pólvora por toda la provincia. Algo que trajo de cabeza al Marqués de Arredondo.
(continuará)